sábado, 17 de agosto de 2013

Hacer el amor con otra mujer

Quizás lo que más se aproxime a la sensación de dos cuerpos femeninos entrelazados sea la de una caída libre a la embriaguez. ¿Y cómo poder describir de otro modo lo que produce en mi cerebro la humedad láctea que fluye por su entrepierna, cuando mis otros labios la beben y ella entre espasmódicas arias parece reventarse de placer?

Estar con ella piel a piel es la más pura de todas las verdades clitorianas hasta la médula invocamos a Lilith en la cúspide de nuestros temblores, pues al igual que ella transgredimos todas las normas sin importarnos que nos expulsen del paraíso. Igual que la primera fémina de la creación lo damos todo por ser libres, dueñas de nuestros cuerpos, y de nuestras emociones.

Cuando mi amada acomoda su piel tibia en la mía, sus curvas gemelas me trazan el camino que debo seguir. Mis dedos la tocan cual si fuera guitarra, piano, trompeta o tambora, según nos va creciendo el ritmo de los acordes internos. Y hay tanto amor en su boca que me derrite cada vez que me besa, me adelgazo entre sus brazos y me reconozco más tierna y dulce de lo que jamás pensé. Soy tan frágil y tan fuerte en la desnudez que nos protege, de repente una iluminación viene y lo desborda todo, es entonces cuando se van al diablo los señaladores de pecados con sus índices y todo, pues en ese mundo, lo que inventamos es nítido, infranqueable, y hermoso.

Cuando sus caderas se mecen sobre mi y me arrastra a su mundo de desvarío, estoy tan a su merced, que ella bien podría matarme en ese instante, pues no hay nada comparable con esa suave cabalgata, donde toda la piel y los sentidos se entregan como en un sacrificio.

Mi lengua recorriendo su geografía, la socava, la saborea, la juega, la disfruta, toda ella me sabe a durazno o mandarina según los derroteros del viaje. Irme con ella es estupendo, venirme, indescriptible.
 

 Tener la certeza de su croquis en mis manos me descubre la infinitud del universo, la conozco de tal manera que a tientas voy en su búsqueda y la encuentro. No choco contra sus huesos porque está hecha a mi imagen y a mi semejanza y no necesito más que abrazarme a su espejo para poseerla como ningún otro ser humano podrá.

Dos mujeres haciendo el amor para sí mismas, para su mutuo placer, sin más intervenciones que la de ellas dos, sin más protagonistas ni espectadores que ellas mismas y nadie, absolutamente nadie más.

Multiorgásmicas, amorosas, sensibles, locas, dos mujeres haciendo el amor son poesía pura, o quizás simplemente peces jugueteando en el agua, así de suaves, así de impúdicas, así de bellas.
 
Anónimo

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